Descripción
Una tarde de mayo leí un poema de Marcelo. Se titulaba “Irisación”. Era la descripción de un retrato sobre un fondo desconocido con acules Egeo. El poema, compuesto por quince versos, caía en vertiginosa cascada a partir de un primer “no sé” con el que desplegaba, en rápido movimiento, una serie continua de imágenes que dibujaban el marco del tiempo como si fuera el de una fotografía, cuyos óxidos no puede aún saberse si procedían de la piedra antigua o de un muro tan ajeno para el mundo del poeta que, incapaz de situarlo en alguna realidad, lo llevaba al tiempo mítico del barco de Odiseo cruzando a su vez todos los tiempos de aquellos pueblos que modelaron los rostros que aún reconstruimos para descanso de nuestro combate diario contra el destino. Solo quince versos provocaron en mí la inmediata admiración. Detrás del poema había un auténtico poeta.
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